Gamificación de la vida: cuando todo empieza a parecer un videojuego
Subes escaleras y tu reloj te premia con un logro. Tomas agua y una app te felicita. Cumples una tarea del trabajo y tu gestor de productividad celebra con confeti digital. Si te fijas, parece que cada vez más aspectos de la vida cotidiana se comportan como un videojuego. Pero, ¿es eso algo positivo?
Vivimos en un mundo donde la gamificación —la aplicación de mecánicas típicas de los videojuegos a contextos no lúdicos— se ha vuelto parte del día a día. A menudo ni lo notamos, pero estamos rodeados de puntos, rankings, niveles, desafíos diarios, barras de progreso y recompensas por completar rutinas. Y sí, todo esto tiene sentido: los videojuegos saben como mantenernos enganchados.
Pero cuando todo empieza a parecer un juego... ¿qué pasa con la vida real?
El origen del juego fuera del juego
La gamificación no nació con malas intenciones. Al contrario, se propuso como una forma de aumentar la motivación, especialmente en contextos donde las tareas son repetitivas o poco atractivas: estudios, ejercicio, trabajo.
Apps como Duolingo nos premian con rachas por estudiar idiomas. Strava convierte el deporte en una competición constante. Incluso plataformas como Notion o Habitica (donde puedes "subir de nivel" por cumplir metas) replican dinámicas RPG para mejorar tu productividad.
Y no nos engañemos: funciona. Al menos al principio.
Cuando la vida se convierte en una misión secundaria
El problema aparece cuando estas dinámicas empiezan a ocupar más espacio que el objetivo real. No corremos porque queremos estar sanos, sino por mantener la racha. No leemos por placer, sino para alcanzar el "reto de Goodreads". No comemos sano porque lo deseamos, sino porque una app nos sube de categoría.
Nos volvemos jugadores de nuestras propias rutinas, y muchas veces no sabemos si estamos haciendo algo por convicción o por cumplir con el sistema de logros.
¿Estamos viviendo… o simplemente acumulando experiencia?
El peso del “hype personal”
Al igual que en los videojuegos, la gamificación de la vida también genera su propia versión del hype: metas personales a futuro que parecen más importantes que lo que estamos haciendo en el presente. Como en los juegos de mundo abierto saturados de misiones secundarias, podemos perder de vista la historia principal.
¿Y si dejamos de correr por cumplir con el contador de pasos? ¿Y si nuestra "campaña principal" se ve aplazada indefinidamente por la presión de completar checklists de progreso?
¿Es esto un juego que queremos jugar?
La gamificación puede ser una herramienta poderosa, sí, pero también puede convertirse en una trampa si no hay conciencia detrás. No todos los logros valen la pena. No todo lo que se mide es importante. Y no todo lo que parece divertido… lo es.
Jugar está bien. Pero no todo necesita ser un juego. No todo lo que hacemos necesita una medalla, una insignia o un contador de racha. A veces, solo basta con hacer las cosas porque nos hacen bien, porque nos llenan, porque queremos. Sin puntos. Sin XP. Sin necesidad de desbloquear nada.
Epílogo sin logros desbloqueados
Quizá sea momento de preguntarnos si queremos que cada aspecto de nuestra vida siga una estructura de videojuego, o si podemos recuperar cierta espontaneidad perdida. Porque vivir no debería ser una carrera por acumular logros, sino un espacio donde incluso no hacer nada también tenga valor.
¿Tú también sientes que estás jugando un juego que no elegiste?
Comparte tu experiencia con la gamificación en tu día a día. ¿Te motiva o te agobia? En ResetPoint, reflexionamos sobre cómo los videojuegos han salido de la pantalla… y están rediseñando la vida.

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