A veces, un videojuego dice más cuando deja de hablar.
Estamos acostumbrados a que nos lo expliquen todo: qué hacer, cómo hacerlo, por qué hacerlo. Nos hemos habituado a los tutoriales interminables, a los personajes que lo narran todo, a los mapas repletos de marcadores. En ese ruido constante —visual, sonoro, informativo—, parece que ya no hay lugar para el vacío. Sin embargo, algunos juegos todavía se atreven a callar. Y en ese silencio, proponen algo raro, valioso y profundamente humano.
Este artículo es una reflexión sobre el silencio en los videojuegos. No como ausencia accidental, sino como herramienta deliberada. Silencios que narran, que incomodan, que resisten. Silencios que hacen pensar.
1. El silencio como herramienta narrativa
Muchos juegos logran contar grandes historias sin apenas palabras. Pienso en Journey, ese clásico de Thatgamecompany donde no hay diálogos, objetivos explícitos ni textos que te digan qué está ocurriendo. El juego te lanza a un mundo desconocido, y solo puedes avanzar. Todo se comunica a través de la música, el movimiento y la atmósfera. Incluso el multijugador es silencioso: te cruzas con otros jugadores anónimos, sin nombres ni mensajes, solo con un breve sonido en forma de canto.
Este silencio no es vacío, es lenguaje. Es lo que permite que Journey sea universal, accesible, emocional. No necesitas entender un idioma concreto para sentir lo que está pasando. El silencio aquí no es ausencia de historia, sino su forma más pura.
Otros juegos como Inside, Limbo o Shadow of the Colossus también prescinden de lo verbal para sumergirnos en una narrativa más sensorial. No nos cuentan lo que pasa, nos lo hacen sentir. El silencio se convierte así en un vehículo para la emoción, para lo inexplicable, para lo que no cabe en palabras.
2. El silencio del jugador
No solo los juegos callan: también nosotros, los jugadores, lo hacemos. Hay momentos en los que dejamos de hablar, de reaccionar, incluso de jugar activamente. Son pausas donde lo importante no es lo que hacemos, sino lo que sentimos. Recuerdo claramente una escena de Firewatch en la que mi personaje se queda quieto, mirando un paisaje al atardecer. Yo también me quedé quieto. No porque el juego me lo pidiera, sino porque necesitaba ese momento.
Algunos títulos parecen diseñados para provocar ese tipo de silencio interno. The Witness me lo hizo vivir varias veces: tras resolver un puzzle complejo, me alejaba de la zona y solo escuchaba el viento entre los árboles. No había recompensa, ni música épica. Solo yo, mis pensamientos, y el eco de lo que acababa de comprender.
El silencio, en esos casos, es una forma de contemplación. Una pausa necesaria. En un medio que valora tanto la acción y el ritmo constante, esos momentos son casi subversivos. Nos permiten estar presentes, pensar, respirar.
3. El silencio como espacio de interpretación
Cuando un juego se calla, a menudo nos deja espacio para imaginar. Los huecos narrativos, los silencios argumentales, los detalles que no se explican, son una invitación a participar en la historia de otra forma. En vez de recibir un mensaje cerrado, el jugador se convierte en coautor.
Dark Souls es un ejemplo claro de esto. Su mundo está repleto de ruinas, de personajes crípticos, de eventos que nunca se muestran. La historia no está en primer plano: está dispersa, escondida, silenciada. Y sin embargo, es profundamente rica. Ese silencio obliga al jugador a explorar, a deducir, a interpretar.
Este tipo de diseño confía en la inteligencia del jugador. No da respuestas, sino pistas. Y eso hace que la experiencia sea más personal, más íntima. Lo que descubres en un juego así no es solo lo que está allí, sino lo que tú eliges ver.
4. El silencio frente al ruido de la industria
Vivimos una época de saturación. Juegos con mapas atestados de íconos, diálogos constantes, música sin descanso, recompensas cada diez segundos. Todo compite por nuestra atención. Todo quiere ser visto, escuchado, compartido. En ese contexto, el silencio se vuelve un acto radical.
Cuando un juego decide callar, en vez de gritar por atención, está tomando una postura. Está diciendo: “no necesito entretenerte a cada segundo”. Juegos como ABZÛ, Dear Esther o incluso Death Stranding se atreven a bajar el ritmo, a dejar espacios vacíos, a no explicar todo.
Esos juegos no siempre gustan a todos. A veces se los acusa de ser lentos, aburridos, pretenciosos. Pero creo que su valor está precisamente en lo que no hacen. En cómo resisten la lógica de la gratificación constante. En cómo nos invitan a un tipo de experiencia menos ruidosa, más introspectiva.
5. El silencio como resistencia emocional o política
No todos los silencios son bellos o contemplativos. Algunos son incómodos, dolorosos, necesarios. Juegos como That Dragon, Cancer o This War of Mine optan por callar en los momentos más difíciles, y eso les da una fuerza brutal. Cuando no hay música para suavizar una escena, cuando no hay palabras para explicar el sufrimiento, el silencio se vuelve un golpe directo.
Estos juegos no tratan de entretener. Tratan de confrontar. De hacernos sentir cosas que otros medios a veces evitan. Y lo logran porque entienden que, ante ciertos temas —la muerte, la guerra, la pérdida—, lo más honesto es no decir nada.
El silencio también puede ser político. En un medio donde muchas historias siguen las mismas fórmulas, donde los personajes hablan como si fueran guionistas frustrados de Hollywood, el acto de callar puede ser una forma de resistencia. Una forma de decir: hay otras maneras de contar, de sentir, de jugar.
🧭 Cierre: escuchar lo que no se dice
Cada vez valoro más los juegos que me dejan espacio. Que no me empujan, que no me saturan, que confían en mi capacidad de estar presente. Juegos que entienden que a veces, jugar no es hacer, sino simplemente ser.
El silencio en los videojuegos no es una ausencia: es una elección. Una forma de decir algo que no se puede decir de otra manera. Una invitación a escuchar lo que no se dice.
Tal vez, al final, el juego que más nos cambia no es el que más habla, sino el que más calla.
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